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Trabajo informal o la herencia de la pobreza perpetua

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Trabajo informal o la herencia de la pobreza perpetua

Hasta que la “economía no reaccione”, la década perdida sigue en movimiento. Por Damián Glanz.

Damián Glanz Columnista Todo Noticias

Una década después, el país volvió al lugar de inicio. La Argentina tiene hoy el mismo nivel de pobreza que en 2005. Con un agravante: la llamada pobreza “estructural” es aún más vulnerable que hace diez años, porque el nivel de dependencia de esas familias de la ayuda del Estado es mayor. Esa es la verdadera herencia recibida.

En casi un año de gobierno de Mauricio Macri aumentó la cantidad de ciudadanos por debajo de la línea de la pobreza. El camino a la Pobreza Cero vino con más postergación. Según el Observatorio de la Deuda Social que elabora la UCA son 1,4 millón más.

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Pero hay una dato innegable: el Indec subió la vara de la pobreza y de la indigencia. La nueva canasta básica de alimentos incorporó productos más sanos y nutritivos pero también más caros de los que había hasta ahora. Menos harinas y más proteínas. Sacaron grasas y sumaron yogur y pescado.

El cambio metodológico, realista, “crea” pobres. O dicho de otra manera, el Estado se hace más exigente a la hora de establecer los criterios para que un ciudadano no sea pobre. Desde el kirchnerismo cuestionaron la modificación: se la atribuyeron a una supuesta estrategia de márketing. Supuestamente, el Gobierno necesitaba convalidar los datos de la UCA para poder acusar la derrota de la “década ganada”.

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La explicación técnica desmiente el argumento: la nueva canasta básica fue construída a partir de la Encuesta de Gastos e Ingresos de los Hogares realizada durante 1996 y 1997 pero validada por el mismo sondeo realizado durante la gestión de Néstor Kirchner en 2004 y 2005. El kirchnerismo adujo primero problemas de “empalme” para no adaptar la medición y luego negó la pobreza por simple cinismo electoral. “Estigmatiza”, decía Axel Kicillof. El problema era otro: admitir los datos implicaba reconocer el mito de la inclusión.

La pobreza medida en función de los ingresos provoca que una mínima variación en la billetera familiar conduce a superar la línea de la escasez. Con la ayuda de la estadística, un solo peso puede marcar la diferencia entre estar o no en ese tercio desfavorecido de la población.

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Para cuando Macri pidió que juzgaran a su gestión a partir de la fotografía del 32,2% de pobreza, miles de ciudadanos ya habían salido de ella. Al menos, estadísticamente. Es consecuencia del aumento de 14,16% de la Asignación Universal por Hijo y por Embarazo y las Asignaciones Familiares desde septiembre. En total son 8.783.263 niños los que recibieron el beneficio. Algo similar también ocurrió con los jubilados que ganan la mínima.

Ocurre que el dato de pobreza fue medido en julio, cuando los ingresos frente a la inflación habían marcado su piso anual.

La creciente ayuda del Estado, clave para mantener a miles de familias por encima del nivel de indigencia, es el síntoma de la fragilidad cada vez más acuciante de sectores cada vez más amplios de la población.

Junto a la cantidad de familias vulnerables, el dato más preocupante de la encuesta del Indec es la brecha que separa a esas casas de la línea de pobreza, establecida en 12.851 pesos por mes para una familia tipo. Según el Indec, el ingreso promedio de las familias pobres es de 8.051 pesos por mes. Es decir que deben ganar 4.800 pesos adicionales, más de la mitad, para dejar de ser pobres.

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Con el aumento de las asignaciones por hijo, la ANSeS distribuirá 1.132 millones de pesos extra por mes. A modo de ejercicio: si el valor de la canasta básica total se hubiese mantenido estable entre julio y septiembre, con ese dinero en la calle habría hoy casi 236 mil familias pobres menos. Es decir que el número de hogares pobres hubiese descendido 11,6 por ciento, pero seguiría habiendo 2 millones de familias con ingresos insuficientes. La cantidad de hogares pobres bajaría de 23,1% a 20,3%.

Ese cuadro es la expresión de otro factor: la dependencia extrema de la ayuda del Estado es la evidencia de la crisis estructural de empleo que padece ese sector de la población. La mitad de la población económicamente activa está inmersa en la informalidad laboral. La ampliación de derechos de la década ganada no llegó al mercado del trabajo.

El doctor en economía y magíster en demografía Jorge Paz calculó que para crear la cantidad de puestos de trabajo que se requieren para sacar a todas esas familias de la pobreza, la Argentina debería crecer al 19 por ciento anual hasta el final del gobierno de Macri. O bien, el PBI debería aumentar a un ritmo constante por encima de 5 por ciento anual durante más de una década. Con suerte, mucha suerte, otra década.

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Un slogan de campaña kirchnerista celebró durante años la creación de 5 millones de puestos de trabajo. Pero trabajo no siempre significa trabajo de calidad. La primera brisa se lleva puesta alguna chapa. Y una tormenta como la de este año, resulta devastadora.

Hoy, el discurso del gobierno de Cambiemos está centrado en la “creación de trabajo de calidad”. Como rumbo, es sin dudas un camino hacia la “pobreza cero”. Pero, la gestión de Macri necesita que se hagan realidad los reiterados anuncios de inversión que siempre acarrean una brecha entre la promesa y la efectiva apertura de los empleos.

Mientras tanto el Gobierno recorre dos alternativas: generar aún más pobres o una mayor dependencia del Estado. Hasta que la “economía no reaccione”, la década perdida sigue en movimiento.

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