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Deerhoof hizo temblar el subsuelo del Teatro Colón

Foto: gentileza Teatro Colón

"Somos casco de ciervo". Así presenta Satomi Matsuzaki al grupo en un español entrecortado, adorable y por momentos ininteligible, al igual que el inglés en que entona la mayoría de las letras de Deerhoof. La japonesa se mudó a San Francisco y en 1995 se unió a la banda de Greg Saunier (baterista estadounidense) sin conocimientos previos de música. A la semana, ya estaban de gira. Con la actual formación, con ella en bajo más los guitarristas John Dieterich y Ed Rodríguez, el grupo llegó a Buenos Aires por primera vez para estallar el subsuelo del Colón el viernes 25 de febrero a puro noise pop, intensidad, experimentación, y hasta una dosis de punk, generando pogo, cánticos de cancha y hasta crowdsurfing.

Con un vestido azul tornasolado con voladitos amarillos que la envolvía como un dulce, botitas Reebok también azules, cejas dibujadas a lo drag queen y una cola de caballo, la diminuta y carismática Satomi se desenvuelve con la energía de un demonio de Tasmania: saltando, bailando, cantando y rockeando el bajo, instrumento que aprendió a tocar por su cuenta. De a ratos también golpea un woodblock y una pandereta. Todo esto además de entonar casi todos los temas con su singular voz aniñada dulce y suave. El acento japonés queda en evidencia y recuerda a los de Miho Hatori de Cibo Matto o Kahimi Karie. Al igual que ellas, por momentos sus letras son más habladas que cantadas.

Foto: gentileza Teatro Colón

Gran parte del set se apoyó en el último lanzamiento (The Magic, 2016), pero sin excluir temas de los anteriores discos. Las canciones de la banda, que se caracterizan por sus cambios impredecibles de tempo, en el show se cargan de euforia y excitación. Mientras que en los discos existen momentos más apacibles, en vivo el desquicie es cada vez mayor y prácticamente no deja respiro. De los pocos momentos calmos se destacó "Buck and Judy" (Offend Maggie, 2008).

Aunque en el disco Greg cante "Plastic Thrills", en el show lo hace Satomi y es comprensible, porque Greg está dando semejante paliza a la batería que no sorprendería la aparición de un enfermero acercándole una máscara de oxígeno. Sin embargo, nadie les acerca nada y esto es coherente con su ideología do it yourself. Greg ha contado que en Estados Unidos ellos se encargan de reservar los hoteles y autogestionarse, saliendo de gira únicamente con los recursos indispensables. Cuando se rompen la correa y una cuerda en la guitarra de Ed Rodríguez, no sale ningún plomo. Es él mismo quien se ocupa de cambiarlas, generando un momento de merecido descanso para la banda. El resto del tiempo, le da con todo a la guitarra revoleando su larga y enrulada cabellera. Todo de negro, con una camisa brillosa y pantalón ancho, parece salido de una banda de metal. Del otro lado de Satomi, John Dietrich en su propia locura toca boquiabierto y con los ojos mirando hacia arriba como poseído, aporta la segunda guitarra que completó el poderoso sonido.

"¿Greg, me enseñás a tocar la bata?", pregunta un espectador. No hace falta gritar ya que el show se da en un contexto súper íntimo y respetuoso. La banda se ubica sobre una tarima apenas elevada sobre el piso, exceptuando Satomi que está en una un poco más alta. Hay miembros del público sentados a los costados de las tarimas, y tan cerca de la banda que pueden tocarlos si quisieran.

Ya al final del bis, trepada a una columna, Satomi agita en "Come see the duck" y guía al público, que colabora con los coros y aprovecha para bailar frenéticamente unos minutos más, antes de despedir a la banda y salir a recuperar el aliento, cansado pero más que satisfecho (y más de uno con ganas de volver al día siguiente a la segunda fecha).

Christine-Marie Andrieu

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