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Del Mini Davos al gas, gira teatral con desenlace incierto
La euforia oficialista en el teatro kirchnerista tuvo su contracara en la preocupación expresada en la sala macrista. Por Damián Glanz.
Damián Glanz Columnista Todo Noticias
Mauricio Macri eligió un símbolo de la herencia K para ofrecerle al mundo de negocios la cara más atractiva del país. En el Centro Cultural Kirchner, le pidió confianza (y dólares) a los inversores. En La Boca, en una sala construida durante su gestión porteña y con una puesta más modesta, hizo lo mismo pero con los consumidores de gas. El destino de las obras representadas en ambos teatros está enlazado: no habrá grand finale del mini Davos sin una implementación exitosa del plan tarifario. Y por ahora, el desenlace es un misterio.
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En la Usina del Arte, el Gobierno aprovechó el tiempo que le regaló la Corte Suprema para lograr algo de consenso para el corto plazo. Como un episodio aislado, los aumentos de las facturas de gas de 203 por ciento promedio, así anunciados, no parecen excesivos si se evalúa el piso del que parten.
El nuevo cuadro tarifario comenzaría a desandar un esquema injusto en el que los habitantes más vulnerables del país subsidian la energía de los ciudadanos más ricos del área metropolitana.
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Así y todo, el ahorro “equitativo” tendrá por ahora un alcance acotado. Los límites a los aumentos basados en la factura y no en el consumo seguirán premiando por un tiempo a los que más derrochan.
Pero las dudas que surgen no apuntan a cuestionar el sendero hacia la anunciada equidad. La pregunta va en otra dirección: cuál será el impacto en el ingreso familiar del nuevo cuadro tarifario una vez que el subsidio desaparezca. Y mucho antes también: el aumento promedio del 203 por ciento desde octubre esconde el destino de las facturas que recibirán las familias de recursos bajos pero que no califican para la tarifa social. Las clases medias bajas serán las más afectadas. Las asociaciones de defensa de los consumidores estimaron que el sector de menor consumo de gas tendrá una suba de 400 por ciento.
El diputado del Frente para la Victoria y exministro de Economía, Axel Kicillof, al igual que tantos otros dirigentes de la oposición, fue uno de los que cuestionó el contexto de la suba: recesión, desempleo, inflación, caída del salario real. Un cuadro bien conocido por el exfuncionario.
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El “desplazamiento del tipo de cambio” de 2014 que decidió Kicillof, con un impacto en los precios y salarios similar al que provocó la devaluación de este año, también estuvo acompañado por un intento de tarifazo que fue anunciado en abril de ese mismo año. Como ya fue explicado en este espacio (En pata y en remera, pero a la intemperie), aquellas subas de hasta 700 por ciento fueron frenadas por la Justicia con los mismos argumentos que se escribieron este año: falta de proporcionalidad y ausencia de audiencias públicas.
El kirchnerismo le reprocha al macrismo lo que intentó hacer y no pudo. Recesión con tarifazo fue la receta de Cristina Kirchner.
Pero la llamada de atención de Kicillof alertó sobre un aspecto que en su momento no fue planteado: la propuesta de Aranguren dolariza para el usuario la tarifa de gas en boca de pozo, que pasará del actual 1,3 dólares por millón de BTU promedio a 6,8 dólares en 2019.
Hoy, esa diferencia la pone el Estado. En tres años, la pagará el usuario. Lo que no expuso el Gobierno es qué pasará si se cumplen las previsiones que hizo el equipo económico para el tipo de cambio para 2019, es decir, para cuando desaparezca por completo el subsidio en las facturas de gas.
El proyecto de Ley de Presupuesto elevado por el Ejecutivo esta misma semana estima para el final del mandato de Macri un dólar a 23,53 pesos en promedio.
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La pregunta que surge es clave para anticipar un escenario que suma incertidumbre: con un aumento del 500 por ciento en dólares en tres años del gas en boca de pozo para el usuario residencial y una devaluación proyectada de 55 por ciento en ese mismo período, qué salario podrá afrontar la suba.
El Gobierno promete que el incentivo económico que el nuevo cuadro tarifario representa para las empresas petroleras se traducirá en una sustitución gradual del gas importado por nueva producción doméstica, lo que hará caer el precio promedio del combustible. Es una promesa.
De la información aportada por el Gobierno, por ahora, no surge un horizonte de inversiones que anticipe un aumento de la producción local y, por lo tanto, una variación en la curva del precio. Hasta 2019 siempre asciende. Es decir, que el “nuevo gas” previsto se seguirá pagando como si fuera importado.
La incertidumbre es hija de promesas ya incumplidas. Cambiemos llegó al Gobierno con dos banderines económicos. Lluvia de inversiones y levantamiento del cepo sin impacto en precios. El primero llegaría como consecuencia directa del cambio de clima político y el segundo, porque de acuerdo con sus cálculos, los precios de la economía ya se regían por el dólar paralelo, de modo que la devaluación del tipo de cambio oficial no afectaría a los valores de los bienes y servicios porque esa devaluación ya estaba contemplada. Ni A ni B. No llegaron las inversiones y los precios saltaron.
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Los tiempos de las renovadas promesas de inversiones se cruzan con las urgencias del mercado. No solo la oposición y las organizaciones de defensa de los derechos de los usuarios y consumidores expresaron su preocupación. La Unión Industrial Argentina (UIA) y la Cámara Argentina de la Mediana Empresa (CAME) alertaron que el nuevo esquema puede profundizar la desaceleración económica.
La euforia oficialista en el teatro kirchnerista tuvo su contracara en la preocupación expresada en la sala macrista. El horizonte está cruzado por los dos escenarios. A los inversores del mini Davos no les alcanzan las promesas escenificadas en el CCK para traer sus dólares. Necesitan un horizonte de certezas. La escena de la Usina del Arte anticipa, por ahora, un libreto con muchas dudas.
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