"Oh! Querida
Qué lejos de la tierra era la muerte"
S. Quasimodo
El tío Leonard me guió hacia otra parte.
Me guió hacia donde yo no iba.
Esa imposición arregló casi toda mi vida.
Todas aquellas decepciones. Todos esos amores contrariados.
La descripción de toda esa atmósfera amarga que cubría el vecindario del Chelsea Hotel.
Me reveló la presencia de una belleza desconocida para mí.
La belleza de las almas solitarias y de los versos largos con los que el tío jugó desde muy joven acompañándose con una guitarra country.
Su voz, que fue cambiando con el tiempo hasta alcanzar ese tono bajo, ese timbre grave con los que acusó a la Iglesia. Su voz, decía, se tomó el trabajo de sonreírle a la ironía, cosa que aprendí golosamente cuando la poesía del tío Bob se oxidó por un tiempo, escondida detrás de un surrealismo nonsense.
Si hay algo que el tío Leonard merecía es retirarse de esta vida como un sereno jugador de poker se levanta de la mesa de juego.
Parece que eso hizo.
¿No nos veremos más?
¿No te escucharemos cantar nuevas historias?
Qué pena, tío, qué pena…
Indio