Una mañana de octubre pasado, Kate McKinnon está tirada sobre los restos de una banana cortada, tratando de no llorar. La banana era para ayudarla con las heridas que se había hecho en el set de una película sobre una despedida de solteras sin final feliz, tentativamente titulada Rock That Body. "Es con Scarlett Johansson. ¿La conocés?", bromea McKinnon. "Estuve haciendo un par de caídas." Y el llanto era porque acababa de decirle -antes de que Donald Trump ganara as elecciones- que podía ser la primera mujer en la historia de Saturday Night Live en hacer de la presidenta de Estados Unidos. De repente está arrodillada sobre la banana con la cara entre las manos. "Es realmente…", dice, y hace una pausa. "Nunca lo había pensado en esos términos hasta ahora. No por mi participación en ello, sino… ¿cómo va a ser ese momento? ¿Cuánto vamos a llorar? Podría llorar tan sólo pensando en lo que vamos a llorar cuando ocurra."
Durante un minuto, ella hace eso. Después, sin motivo aparente, intenta sostener una cuchara con la nariz.
Lo cual está bien. Representar a un personaje hasta el fondo de sus emociones -incluso con las defensas que pueden usar para esconderlas- se ha vuelto la marca registrada de McKinnon desde que apareció en SNL, en 2012, con su voz estilo Katharine Hepburn, sus ojos de gato y su capacidad para ser más bizarra que nadie. "Intento contonearme un poco, pero tengo lo que mis amigos llaman manos de Ratatouille, que son como unos apéndices pequeños", dice, transformando sus manos en bracitos de rata y después alargando los dedos para que yo los vea. "Soy una mujer pequeña. Así que la yuxtaposición de dos rasgos dispares es algo con lo que me identifico mucho. Y creo que es la esencia de cualquier personaje de comedia."
Es esta yuxtaposición lo que marcó algunas de las imitaciones más famosas de McKinnon en SNL: Angela Merkel, tratando de esconder su enamoramiento juvenil por el presidente Obama detrás de su alemanidad cerrada, y preocupada de que la NSA hubiera intervenido en sus "pequeños emails"; Justin Bieber como un joven ligeramente triste que parece estar siempre preparándose para una selfie; y, sí, Hillary Clinton como una mujer que no puede ocultar su ambición.
Esto tampoco es algo extraño para McKinnon. Hija mayor de un arquitecto y una trabajadora social, se crio en Long Island como un "bicho de teatro" autodeclarado que se presentó a un casting en quinto grado para ser la "reina de la semana de la lectura" con acento británico. "Se me ocurrió que eso podía funcionar para la caracterización de la reina", dice McKinnon. "Creo que la génesis de toda mi vida, probablemente, sean las sonrisas que despertaba haciendo este acento británico. Desde entonces, estoy tratando de repetir esa gloria."
Empezó a mirar SNL cuando tenía 12 años, incitada por su padre, y co-fundó un grupo de improvisación y comedia musical llamado Tea Party cuando estudiaba en la Universidad de Columbia. Durante su último año, fue a un casting abierto para The Big Gay Sketch Show, y le dieron el papel. "Y pensé: 'Bueno, esto va a ser fácil'", dice McKinnon. "'Puedo ser comediante'. Pero después de que no me llamaran de 25 castings, pensé: 'Oh, no, esto no va a ser fácil'."
Como muchas estrellas de SNL, actuó con la Upright Citizens Brigade ("Creo que terminé haciendo como 10.000 horas") antes de mandar un video a SNL y que la llamaran para probarse. "Recuerdo que a un amigo lo contrataron para ser escritor como, no sé, dos años antes que a mí", dice McKinnon, "y yo temblaba, físicamente temblaba con la mera cercanía de conocer a alguien que había trabajado ahí. Era mi sueño, pero ya había hecho la paz con el hecho de que no me iba a ocurrir, y estaba OK." Cuando le dijeron que había llegado -y, al hacerlo, se convirtió en la primera actriz del elenco en la historia de SNL en ser públicamente lesbiana-, (obviamente) lloró.
Ahora, sentada en un asiento en un diner bajo la sombra de Penn Station en Nueva York, con zapatillas, el pelo atado con desprolijidad y ropa con la que tranquilamente podría haber dormido ("Nadie sospecharía que esta granuja es actriz"), McKinnon va a estar en la ciudad el tiempo suficiente para que le arreglen un vestido para usar en los Emmy de este año; luego ganará el premio a la mejor actriz de reparto en un programa cómico, habiendo quedado a las puertas de ganarlo tres veces ("El año pasado creo que se lo dieron a Lin-Manuel Miranda, así que está bien, todo bien"). Más tarde esta noche, después de tomarse un tren a Southampton, Long Island, va a reunirse con Johansson y otras estrellas de Rock That Body para tomar algo ("Nos hicimos amigas; tenemos toda una cosa de pijama party de chicas de secundaria"), y mañana volverá al set, posiblemente para perfeccionar sus caídas. Y en un par de días, empezará la nueva temporada de SNL -la sexta suya- lo cual, dice, todavía la hace sentir como una chica antes del primer día de clase. "Siempre me compro lapiceras y cuadernos nuevos en Staples", dice con una sonrisa.
Todo lo cual significa que McKinnon, a los 32 años, está camino a tener la trayectoria -de la TV al cine, y luego al dominio mundial- que podemos esperar de los miembros más talentosos de SNL. Este otoño protagoniza Masterminds, una película cómica con un elenco de grandes nombres de la comedia: Zach Galifianakis, Owen Wilson, Jason Sudeikis y Kristen Wiig. "Me dio miedo", dice McKinnon. "Te imaginás, estaba haciendo escenas con Zach Galifianakis, uno de mis héroes. Quería hacer un buen trabajo. Requiere un nivel de obsesión, y una tortura menor."
Pero su destino probablemente se selló en el set de Cazafantasmas, la película de Paul Feig con todas actrices mujeres, en la que la descabellada actuación de McKinnon haciendo de la imperturbable ingeniera nuclear, Holtzmann, se robó todo el show (Manohla Dargis, de The New York Times, tuiteó una foto del personaje de McKinnon con el epígrafe: "ELLA"). "Fue algo monumental estar haciendo acción sin usar una malla enteriza", dice McKinnon.
La idea de que el sagrado overol beige tenía que destacar las formas femeninas fue demasiado para los trolls de Internet, que hicieron saber su descontento antes de que saliera la película. Leslie Jones, colega de McKinnon en SNL y su amiga, fue particularmente atacada en Twitter -"OK, me llamaron simio, me mandaron fotos del culo, incluso me mandaron una foto con semen en mi cara", resumió en un tuit-, haciendo que el CEO de la red social bloqueara a muchos usuarios. "Fue una mierda, una pura mierda", dice McKinnon. "Pero a mí me dio más ánimo el progreso demostrado en el hecho de que se aceptara la película en primer lugar que la reacción de la gente. No creo que la reacción haya opacado el hecho de que hubiera sido producida. Creo que fue un verdadero hito. ¿Cuándo se dio un hito sin que hubiera gente reaccionando con odio?"
Esto, por supuesto, nos lleva de nuevo a Hillary. Cuando McKinnon se enteró de que ella recibiría las riendas de Amy Poehler para hacer de la ex candidata a presidenta: "Entré en pánico por la enorme responsabilidad, sí", dice. "Es otro nivel cuando se involucra la política." McKinnon no sólo tenía que estar a la altura de la imitación "icónica y maravillosa" de Poehler y diferenciarse de ella, sino que también tenía que resolver cómo burlarse de una mujer a la que respetaba, alguien a quien había apoyado públicamente. "El progreso, el progreso de verdad, me hace llorar más que cualquier cosa", dice, "cuando el mundo en sí mismo crece".
La versión de Clinton que crearon ella y los escritores de SNL, perfeccionada durante el último año y medio, es una suerte de Hillary "después del trabajo", capturada en momentos de honestidad no siempre halagadora. De hecho, el momento más cálido que Clinton tuvo durante toda su campaña quizás hayan sido los seis minutos que pasó haciendo de una bartender que atendía a la Hillary de McKinnon en la última temporada, riéndose de sí misma mientras servía tragos. "Me siento muy cercana no sólo a la verdadera Hillary", dice McKinnon, "sino también a este personaje de Hillary que creamos".
Antes de hacer esa escena, McKinnon nunca había conocido a Clinton, y no sabía cómo se iba a tomar la candidata su retrato. "Ahí había una persona que estaba haciendo un cambio en el escenario mundial, y mi trabajo es hacer voces", dice acerca del encuentro. "¿Qué hacemos en el mismo cuarto? Esto no parece correcto, pero ahí estábamos." Por suerte, Clinton estuvo más que feliz de seguirle el juego. "Estuvo tan grandiosa, pero también tan cálida y sincera", dice McKinnon. "Y su timing fue perfecto."
Alex Morris