En su discurso inaugural afuera del edificio del Capitolio el último viernes, Donald Trump recalcó la promesa que les había lanzado a tantas gorras rojas: que volvería a hacer a América grande. En el mismo lugar, al día siguiente, manifestantes con mucha menos nostalgia por el pasado de América -mujeres que vivieron durante el movimiento de los derechos civiles, que crecieron en una época en la que el aborto estaba criminalizado, que tienen recuerdos vívidos de cuando hombres y mujeres gays eran victimizados regularmente- se juntaron para decir: No vamos a volver atrás.
Unas 500.000 manifestantes -más del doble de la gente que se acercó a ver la jura de Trump- están apiñadas en el National Mall junto a sus familias y sus carteles hechos a mano y sus gorras rosadas, esperando su turno para hablar en la Marcha de las Mujeres en Washington.
Se autodescriben como "nasty", pero en su mayoría las manifestantes son buenas: no empujan, llevan sus pertenencias en bolsas transparentes, como se solicitó, y sus pancartas no tienen palos. A algunas las frustra ver cristianos evangélicos estacionados en medio del Mall con letreros que dicen "Atención rebeldes de Jezabel" y "El aborto es un crimen" con postes de metal, estrictamente prohibidos.
No es justo, pero agréguenlo a la maldita lista: Hillary Clinton obtuvo tres millones más de votos que Donald Trump y aún así perdió la presidencia. Las mujeres ganan 80 centavos por cada dólar que ganan los hombres -las mujeres de color, todavía menos. Sólo tienen un 19 por ciento de representación en el Congreso.
Tal como probó el hecho de haberse manifestado en cantidades históricas por todos los Estados Unidos y el mundo este último sábado, las mujeres están cansadas de la doble vara. Así que rodearon a los manifestantes anti-abortistas y cantaron: "¡Mi cuerpo, mi decisión!" y "¡El amor le gana al odio!" lo suficientemente fuerte como para vencer al megáfono.
Un adolescente se inclina desde el balcón del segundo piso del Newmuseum, besando su gorra con estrellas de Make America Great Again, y grita: "¡Jesús te ama! ¡Donald Trump te ama!" mientras la marcha avanza sobre Pennsylvania Avenue. Las manifestantes invocan a Michelle Obama, y lo silencian con cantos de "Cuando ellos llegan a lo más bajo, nosotros nos elevamos".
Para los millones de hombres y mujeres que poblaron las calles del mundo el sábado, la marcha es una exhibición de fuerza, la prueba de que por más que haya mucha gente que esté feliz con la asunción de Donald Trump -y este número es mucho más pequeño de lo que él y su secretario de prensa nos quisieron hacer creer- muchos más están infelices. En todo el país, en otros países del mundo, la gente está saliendo a callar a Trump.
Al lado del Newmuseum, cuatro mujeres -de 57, 66, 77 y 79 años- están sentadas en un banco, observando una fila de camionetas de la policía en medio de las manifestantes. Una de las mujeres, Roberta Safer, explica por qué vinieron juntas en auto desde Maryland para la marcha. "Marché en 1957 por los Derechos Civiles", dice. "Son los mismos problemas, y el gabinete que designó Donald Trump va a deshacer muchas cosas que ya teníamos. Me molesta vernos ir hacia atrás."
Su amiga Rosanna Mason tiene preocupaciones similares. "Mi esposa, antes de morir, era profesora. No paro de recibir textos de sus estudiantes: '¿Qué va a pasar conmigo? ¿Me van a deportar? ¿Van a mandarme a terapia [para convertirme]?' Hay mucha gente asustada." Dice que les dice lo único que puede decirles: que recuerda cómo hacía ella, siendo lesbiana, cuando los derechos de los gays todavía no eran mainstream. "Me acuerdo de los setenta, me acuerdo de los ochenta, la violencia. Les digo que cuenten con sus amigos. porque cuando lo hacemos juntos, somos más fuertes."
Los Motoqueros por Trump armaron una contra-protesta en apoyo del nuevo presidente en un parque en Pennsylvania Avenue. No hay más de 20 seguidores de Trump, pero tienen un escenario equipado con parlantes que pasan Lee Greenwood, Toby Keith y Kid Rock a un volumen insoportable. En un momento, el líder del grupo, Chris Cox, se sube al escenario y les dice a las manifestantes: "El 8 de noviembre, América votó, y votó por Donald Trump".
"¡Tres millones de votos! ¡Tres millones de votos!", le responden.
A un lado, Courtney Miller, de 31 años, lleva un cartel que dice "Perdón. ¿Mis derechos civiles eran un obstáculo para tu privilegio?". Le pregunta a un hombre con un sombrero de la Confederación por qué sigue usándolo a pesar de que el Sur perdió. Le responde preguntándole por qué tiene orgullo negro -su gente también perdió, dice él. Durante diez minutos, intenta (y no logra) defender una idea indefendible, mientras ella mantiene su compostura, tratando, quizás en vano, de razonar con él.
"Nunca lográs nada peleando, gritando. Ninguno iba a convencer al otro. Hoy lo dejamos acá, y aceptamos las diferencias, pero quizás le dije algo que lo hizo pensar", dice Miller después de la interacción. "Estoy acá porque mis abuelos tuvieron que hacer esto. Ahora yo tengo que hacerlo. Espero que mis hijos no tengan que hacerlo. Estamos marchando por lo mismo, y me estoy cansando."
Tessa Stuart