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«La nobleza del criollo pudo más que el deseo de volver a mi tierra»

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Salta | Lejos del pago "La nobleza del criollo pudo más que el deseo de volver a mi tierra"

27 de noviembre 2016 Nicolás Pejinakis nació en Grecia, vivió la guerra y siendo niño llegó al pueblo de Los Blancos, donde forjó su futuro.

Rubén Arenas

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{[ caption ]}{[copyright]} {[ caption ]}{[copyright]} {[ caption ]}{[copyright]} {[ content ]} {[ caption ]}{[copyright]} {[ caption ]}{[copyright]} {[ titulo ]} {[ epigrafe ]} {[ copyright ]} Tenía 11 años cuando junto a su madre y una hermana abandonó su aldea a orillas del mar Mediterráneo para reencontrarse con su padre que se había afincado en el pueblo de Los Blancos, en Rivadavia Banda Norte. A los 79 años este hombre remonta su historia de vida y recuerda cuando, a temprana edad, tuvo que soltar las amarras para afrontar el duro reto del inmigrante. Nicolás Pejinakis nació en Agés Paraskés ó Agia Paraskevi, un pueblito situado al sur de Creta, la principal isla de Grecia y una de las más meridionales del país. Se trata de una de las fronteras simbólicas entre oriente y occidente. Creta está situada a equidistancia entre Europa, Asia y África y por su posición geográfica y estratégica ha sido escenario de numerosos conflictos entre muchos pueblos que se disputaron el control de uno de los mares del océano Atlántico.Desde ese sitio exótico rodeado de azules aguas, de majestuosos golfos y bahías, de recortadas costas y llanuras fragmentadas, la familia se trasladó hasta un lugar en medio de la nada, donde los calores aterran y la sequía parte la tierra. Pejinakis acuna en su mente una historia de vida en la que se conjugan momentos de dolor, angustia y tristeza, pero también de dicha y felicidad. Dentro de su álbum de vivencias mantiene fresco el recuerdo de la segunda guerra mundial, de abril de 1941 cuando los nazis invadieron Creta y una patrulla alemana irrumpió en su casa derribando puertas. "Un soldado con cara de bulldog le puso la ametralladora en el pecho a mi madre y con mi hermanita corrimos hasta el dormitorio y nos tapamos con las frazadas. Enseguida otro soldado nos destapó con la bayoneta del fusil. Buscaban al hombre de la casa, pero por suerte mi padre estaba lejos", contó el protagonista de esta historia. Explicó que el terror se había apoderado de los cretenses en los días previos a la invasión. "Cada vez que sonaba la sirena anunciando la llegada de los aviones para bombardear la isla la mi madre me tomaba en los brazos y con mi hermanita prendida de las polleras nos conducía al monte para refugiarnos bajo los olivares", rememoró con emoción. Y agrega: "Pero eso no fue nada en comparación con lo que sufrimos en todo ese tiempo. Con mi hermana llorábamos de hambre. Le pedíamos pan a mi madre, pero la harina se había agotado porque los campos estaban minados y nadie podía recoger el trigo". Manuel, su padre, había abandonado Creta en 1938 y durante los seis años de guerra perdió todo contacto con la familia. En este tramo del relato, Pejinakis señala que la partida de Manuel se produjo a instancias de Constantino, su hermano mayor, que había llegado a Los Blancos unos años antes junto a otros compatriotas. "Constantino era soltero y le escribió una carta a mi madre pidiéndole que le consiguiera una novia y al mismo tiempo interesó a mi padre para que se viniera a Los Blancos donde las cosas le estaban yendo bien con el almacén de ramos generales y la venta de cueros. Fue así que mi padre se vino desde Creta trayendo a esa novia que mi generosa madre había elegido para su cuñado", contó. Dijo que por el estallido de la guerra recién a partir de 1946 Elena (su madre) pudo retomar el contacto por cartas con Manuel y dos años después se trasladaron a Los Blancos para reencontrarse con él. "A mi madre le costaba acostumbrarse, pero el problema no fue ese, sino que hubieron cosas que la desencantaron y la golpearon fuertemente. Por ese motivo, al poco tiempo, tuvimos que dejar Los Blancos con la idea de retornar a Grecia", dijo. "Yo estaba feliz por el reencuentro con mi padre después de tantos años; habíamos sobrevivido a la guerra y al hambre y de pronto con mi madre y mi hermana quedamos otra vez solos y para colmo lejos de Creta". Sin embargo la vuelta a Grecia no se concretó porque en Buenos Aires un compatriota, dueño de un tintorería, los convenció de que se quedaran con la promesa de darle trabajo a Elena y a Nicolás y de costear los estudio de Catina. "Nos alojamos en una pensión en avenida de Mayo 817 y estando allí conocí a Mario Yanoulas, quien me llevó a trabajar a su bombonería. Luego, un hijo de ese señor se casó con mi hermana y afianzamos el vínculo con ese hombre al que siempre le estaré agradecido porque hasta casa para vivir nos dio", destacó.Pejinakis sostuvo que, por alguna extraña razón, desde que conoció Los Blancos quedó prendado con ese pueblito del Chaco salteño. "La nobleza del criollo pudo más que el deseo de volver a Creta", expresó. Con la excusa de visitar a su padre, Pejinakis regresaba todos los años y fue así que en los bailes que organizaban los Robledo conoció a Tula Blajos, una joven nacida en Patras, la ciudad más importante del Peloponeso, además de ser el principal puerto griego de conexión con Italia y las islas del mar Jónico. Con ella se casó en 1964 y se quedó a vivir en Los Blancos, donde se dedicó al comercio, primero con su padre, luego con su suegro Spiro Blajos y hasta hace unos años con su cuñado Costa Blajos. Al volante de un tractor, Pejinakis recorrió por más de una década los agreste caminos entre el Bermejo y el Pilcomayo transportando mercadería para los criollos. Luego de ese duro trajín se instaló en Salta y desde hace 41 años es el propietario de la reconocida despensa La Granja, ubicada en España y Deán Funes, donde fabrica los mejores sándwiches de miga de la ciudad.
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