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Liliana Villanueva: «Ir a Rusia fue como atravesar una cortina de tiempo»

Ciudad FM

Cultura

05/03/2017 literatura

Liliana Villanueva: "Ir a Rusia fue como atravesar una cortina de tiempo"

Podría haber sido solamente la bitácora confesional de una argentina que vivió cuatro años en la Rusia postcomunista, pero la arquitecta y escritora tuerce las límites de los géneros para ofrecer en "Sombras rusas" una sensible construcción narrativa que excede lo autobiográfico para indagar en la desintegración de un mundo y las dificultades de una sociedad para asimilar cambios que parecen transcurrir a una velocidad temeraria.

Por Julieta Grosso

Cuando llegó la oferta de vivir en Moscú por cuatro años, hacía mucho tiempo que Villanueva estaba acostumbrada a migrar de territorio y de lengua. Había dejado la Argentina a los 21 años, poco después de graduarse de arquitecta para cursar un doctorado en la Universidad de Darmstadt (Alemania). Acaso por esa circunstancia, cuando su novio le anunció que había sido designado como corresponsal en la capital rusa, la primera sensación estuvo más cerca del vértigo que del rechazo.
Y así a fines de los 90, mientras languidecía el viejo régimen soviético y la sociedad rusa se alistaba a desgano para integrarse al mapa capitalista, la autora inició su travesía por esa geografía helada donde cualquier instancia de la vida cotidiana se transforma en un reto para el extranjero, no sólo por las complejidades de la la lengua sino por la supervivencia de capas burocracias que obligan a negociar con un ejército de hieráticos empleados para comprar apenas un metro de tela o un litro de leche.
Con la urgencia de asimilar rápido el idioma para no quedar replegada al paradigma del extranjero que construye su mirada sobre una cultura pero no interactúa con ella, Villanueva llegó a dedicar entre cinco y diez horas por días a captar el alfabeto cirílico que utilizan los rusos. No sólo eso: tuvo que ingeniárselas para esquivar el rol periférico que las mujeres -nativas y foráneas- tienen asignado en la sociedad moscovita.
Una de las estrategias para involucrarse en ese mundo de preponderancia masculina fue comenzar a escribir notas para una agencia de noticias alemana: así surgieron algunas de las crónicas y entrevistas que integran "Sombras rusas" (Blatt & Ríos), un texto hipnótico construido a partir de una voz autorreferencial que sabe diluirse a tiempo para jugar con los recursos de la ficción y perderse en la cadencia de un lenguaje depurado y sugerente.
– Télam: ¿Cómo se fue transformando tu relación con Moscú a medida que te afianzabas en su territorio y su cultura?
– Liliana Villanueva: Cuando llegué sentí­ que dejaba un mundo atrás, el mundo que habí­a vivido en Alemania y que corrí­a, al menos para mí, a un ritmo vertiginoso. Habí­a vivido en carne propia la caí­da del Muro de Berlín, participé como arquitecta en la reconstrucción de esa ciudad y me involucré con esos cambios. Ingenua y equivocadamente imaginé mi vida en Rusia como una oportunidad para descansar de lo que ocurrí­a en el mundo, como vivir en una idí­lica cabañita de troncos mientras escribía mi tesis.
En esos momentos ir a Rusia era como atravesar una cortina de tiempo. Esa misma sensación de tiempo estancado que habí­a tenido en Alemania Oriental las veces que habí­a estado de visita antes de 1989. Yo era muy chica, tení­a veintipico, y también por eso fue una época de mucha movilidad, de muchos viajes y movidas, cuando Berlí­n cambiaba todos los dí­as: aparecí­a un bar por la noche y al otro dí­a no estaba, o en la ruina de una antigua iglesia un grupo de alemanes inventaba la música electrónica. Llegar a Moscú fue como internarse en un colegio de señoritas.
– T: ¿La figura del colegio de señoritas viene a cuento de la manera en que las mujeres aparecen "confinadas" en el mundo soviético?
– L.V: Yo vení­a de vivir en sociedades muy abiertas, muy libres, donde la mujer no debe pedir permiso para hablar ni para hacer ni le era necesario vestirse como una prostituta para ser vista y considerada por el hombre. En eso sentí­a que estaba viviendo un retroceso, aunque requiriría mucho tiempo explicar esa forma del machismo ruso tan metido tanto en hombres como en mujeres. En un inicio sentí­ cierta desilusión, ya que habí­a leí­do libros de autoras muy pioneras y avanzadas para su época (hablo de 1918) como "La mujer nueva" de Alexandra Kolontai, la camarada de Lenin.
El comunismo de Stalin creó hombres y mujeres soviéticas más bien burguesas aunque de una forma totalmente diferente a lo que llamamos burgués aquí­. Esta fue una primera impresión que más tarde, por suerte, pude matizar al conocer a muchos rusos diferentes.
– T: ¿El componente nómade que aparece tan recurrente en tu biografí­a facilitó la decisión de instalarte en un hábitat tan diferente?
– L.V: Yo no era tan consciente en esos años del "componente nómade", eso que Bruce Chatwin llamó "la alternativa nómade" de una forma más positiva, y que él veí­a como constitutiva del ser humano, inherente su origen. Si bien ahora sí­ soy algo más consciente del desarraigo que experimenté en todos esos años, yo estaba en un proceso de "adopción" por parte de mi familia alemana y también de separación necesaria con mis raí­ces argentinas por cuestiones que tienen que ver con los resabios de la dictadura.
Existe todaví­a en los paí­ses ex comunistas una situación curiosa que no ha cambiado demasiado con la economí­a capitalista, con la apertura de las fronteras ni con el mayor contacto con extranjeros. Esta situación podrí­a llamarse quizás de pertenencia a un sistema que en parte, sólo en parte, sigue estando en función de la sociedad y que es totalmente ajeno a la mentalidad individualista en la que nacimos, crecimos y nos formamos.
Yo descubrí­ mi individualismo en Rusia. Ese ambiente de pertenencia se expresa también en la manera como se reúne la gente, en las cocinas, hablando en susurros, y hasta en el idioma. Una y otra vez en el libro nombro la expresión "nashe" (nuestra). Esa palabra es definitoria de una manera de pensar y de estar. Cuando te hablan de esa forma, cuando un ruso se abre y te cuenta de sí­ mismo y de su mundo, estás incluida, estás adentro aunque seas extranjera. Es una sensación agradable y también inquietante estar dentro de algo tan lejano a todo lo conocido.
– T: En el libro narrás las dificultades iniciales para entender una cultura que a priori se presenta como una experiencia radical y el contacto con una lengua extranjera más inexpugnable que otras ¿En qué medida el dominio del idioma hizo más amigable el choque cultural y te permitió asimilar mejor la identidad rusa?
– L.V.: Aprender ruso fue quizás la meta más difí­cil que me propuse. Muchas veces pensé que tendrí­a que tirar la toalla con las declinaciones y con ciertos matices en las pronunciaciones imposibles de diferenciar para un latino, a pesar de que yo vení­a de machacarme la cabeza con el alemán. Mi profesora de ruso querí­a enseñarme la diferencia entre el ruido que hace una abeja y el de una avispa, ya que los rusos tienen cinco letras y fonemas diferentes para pronunciar la "sh".
Estoy convencida de que el idioma cambia la forma del cerebro, además de modificar la manera en que nos comportamos, los tiempos y las distancias que hay entre las personas. Lo que realmente me hizo sentir parte y asimilar la cultura rusa fueron las personas, los rusos, la gente que conocí­ y que quise y sigo queriendo, más allá del idioma que hable con ellos. La mejor manera de aprender un idioma es a través de la emoción.
– T: Si bien prevalece subyace el componente autobiográfico, el libro no se apropia del formato testimonial y se podrí­a pensar que en paralelo al tono confesional hay como una búsqueda narrativa que te lleva a tender redes con la ficción ¿Esta elección se vincula con la tendencia cada vez más afianzada en la literatura que apunta al desdibujamiento de las fronteras entre géneros?
– L.V: No puedo decir si mi texto se entronca con una tendencia determinada, sí­ puedo afirmar que los géneros no son edificios cerrados y que no están únicamente comunicados en el subsuelo o por algunos puentes entre sí­, por buscar una imagen arquitectónica. Creo que cada vez más las diferentes escrituras se van acercando, que una entrevista puede ser un objeto literario y una novela relatar un hecho real mucho mejor que una noticia de un periódico. Todo tiene que ver con los relatos que nos hacemos de la realidad y clasificar a un texto según el género es únicamente una comodidad para el que escribe, para el editor y hasta para el librero que debe ubicar los libros en las estanterí­as.
– "Sombras rusas" se vincula con dos fenómenos paralelos del mercado industrial: por un lado el boom de la crónica y por el otro el de la llamada literatura del yo ¿La autorreferencialidad en la literatura gana terreno porque se articula con una marca epocal que se evidencia por excelencia en el terreno de las redes sociales?
– L.V: Creo que las redes sociales pueden aportar cosas maravillosas y descubrimientos impensados pero como se ve en el dí­a también degeneran en galerí­as de egos, en museos de vanidades. O como dice Boris Groys: "Ya no hay espectadores, todos somos actores". No creo mucho en la literatura del "yo". Creo que para que ese "yo" me interese tiene que existir algo más que el ego o el narciso que busca exponerse. etiquetas

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