El periodismo es un espejo de la realidad. Como todos los espejos, según su calidad, estos distorsionan o se aproximan al reflejo fiel. Sin embargo los espejos actúan ante todos los que se ponen al frente de ellos de la misma manera, en cambio el periodismo es un espejo subjetivo, que elige a quien, a quienes o a qué desea darle tal o cual respuesta de rebote. No hay periodismo inocente. Tampoco hay realidad inocente y por el contrario siempre hay un juego de intereses entre el periodismo, la realidad y los actores de Poder.Horacio Verbitsky, tiene una perspectiva radicalsobre la esencia de este espejo: «Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto es propaganda. Su función es poner la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo, lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todoa todos. Echar sal en la herida y piedras en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa, que del lado bueno se encargan las oficinas de prensa, de la neutralidad los suizos, del justo medio los filósofos y de la justicia los jueces. Si no se encargan, ¿qué culpa tiene el periodismo?»Una persistente crítica que se hace a los periodistas es aquella de que solamente buscamos lo malo, lo sórdido, lo promiscuo. Que, según nosotros, tan solo eso es noticia. Se nos acusa de que la informaciónque entregamos al público está atravesada de un lado perverso y morboso que solemos poner en primera página, en preferencia de lo negativo de la sociedad. «Hay tantas historias maravillosas que contar sobre gente buena, que ayuda al prójimo, sobre empresarios prósperos que dan trabajo la comunidad», se nos suele decir. Se nos acusa de no ser “positivos”. Pero no se puede aceptar que, tras el pretexto de ser «positivos», haya que minimizar los graves errores de los líderes y dirigentes políticos de la ciudad, la provincia o del país, callar las denuncias sobre escándalos de corrupción, cerrar los ojos ante la creciente inseguridad o no abocarnos a la crisis económica que afecta a los más pobres y necesitados y avanza sobre los sectores de ingresos medios de manera acechante. Esas son las lacras que debemos ver en nuestro espejo, aunque para muchos esto sea motivo de depresión o decepción y, por qué no, de angustia. El periodismo debe abordar el problema de los regionalismos malsanos, manejados como un problema de identidad eidiosincrasia desde los intereses mezquinos de las oligarquías locales. Son regionalismos tan perjudiciales, que en nuestro caso también se identifican con lo que llaman salteñidad, que a lo largo de la historia no nos ha permitido definir un proyecto regional debido la supuesta inexistencia de objetivos comunes. Encuadremos en esto el alejamiento que hemos tenido del proyecto del Norte Grande Argentino y así veremos la dimensión perversa que nos impide usar una herramienta de desarrollo que urge y que esperamos volver a ella cuanto antes. Mostrar ese espejo es una obligación, un compromiso ético profesional de cada periodista. Un espejo que haga reflexionar a la sociedad, que dé a sus lectores, oyentes o televidentes, herramientas de análisis y elementos de juicio. Es la gente, el Pueblo, el que debe tener la capacidad y la voluntad de mirarse en ese espejo, analizar, pensar, reconocer que son ellos mismos los que están al frente y es suya la imagen que se refleja y que son ellos mismos (nadie más) los que pueden cambiar lo que verdaderamente hay que cambiar. Que no nos engañen más con el cambio para que nada cambie, para que todo siga igual y peor, pero que parezca lo contrario. Pronto, muy pronto, los argentinos y los salteños en particular, tendremos la oportunidad de demostrarlo.