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Pasó el escándalo de los choferes y mi hija volvió sana y salva de Bariloche

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Pasó el escándalo de los choferes y mi hija volvió sana y salva de Bariloche

Por Cecilia Boullosa | Mi hija era una de las alumnas del Nacional Buenos Aires que llevaban los choferes denunciados por drogas.

Cecilia Boullosa TN.com.ar Todo Noticias

La noticia se titulaba así: "Cuatro choferes drogados llevaban chicos a Bariloche". La mañana anterior, la del miércoles 28 de septiembre, había despedido a mi hija de 17 años en una vereda de la avenida Belgrano, frente a cuatro micros de la empresa Plusmar y cientos de chicos. En otras oportunidades ya había viajado sola, pero esta vez, no sé porqué, cuando la abracé tuve una sensación de despedida mas profunda. La hija que deja el nido, que ya está lista para volar con sus propias alas, todas esas imágenes cursis tenían una asidero real: no parecían tan estúpidas a luz del sol de esa mañana en el Microcentro. Le dimos recomendaciones: cuidate, no vuelvas sola del boliche, movete en grupo, si pasa algo llamanos.

Mi hija y todos los chicos del Colegio Nacional de Buenos Aires tenían que llegar a la ciudad patagónica el jueves al mediodía. Pero recién lo hicieron a la tarde. Cuando le preguntamos por qué, nos dijo que habían tenido un problema en Bahía Blanca. Pensamos en un problema técnico, se pinchó una goma. Recién a la noche, cuando entré a leer las noticias, vi, entre las más leídas: "Cuatro choferes drogados llevaban chicos a Bariloche", junto a la foto de los micros de Plusmar, los mismos frente a los cuales me había despedido de mi hija 28 horas antes.

Le avisé a mi marido, llamé histérica a mi mamá. Pensé que haberla dejado ir había sido un error. Pensé que si el viaje empezaba así -cuatro choferes drogados llevando a mi hija a Bariloche- cómo iba a terminar. Pensé en la posibilidad de pagarle una avión para el regreso. Y pensé en la tragedia del colegio Ecos. Pensé en eso: que en 10 años no habíamos aprendido nada como sociedad. Que la muerte de esos nueve alumnos en una ruta santafecina no había servido para nada, seguíamos sacrificando a nuestros hijos en caminos peligrosos, con falta de controles y donde cualquiera podía salir a manejar con sus estados alterados: borracho, drogado, mal dormido.

Con mi marido le escribimos a mi hija y ella le bajó el tono a la noticia: ya está, no pasó nada, los choferes no eran de nuestro micro. NI siquiera se quejó por las horas extra de un viaje de por sí agotadoramente largo, ni por la excursión que habían perdido por llegar tarde. Ya se estaba preparando para salir para el boliche.

Durante los días posteriores todo fue entrando en una nebulosa enrarecida: que eran hojas de coca, que los controles se habían pedido de antemano, que el padre acompañante había notado actitudes raras en los choferes. Versiones contrapuestas. Mi hija, ajena a las noticias, siguió la rutina habitual de un adolescente en Bariloche: dormir pocas horas, comer mal, tomar mucho (y mal), salir a bailar todas las noches, sacarse la foto con un perro San Bernardo y luego zafar de que se la quieran cobrar, usar trajes ridículos y percudidos cinco talles más grandes para arrojarse bolas de nieve en el cerro… Lo mismo que hice yo hace 20 años. Los mismos boliches, los mismos ritos gastados, los mismos cantitos afónicos.

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Al décimo día, mi hija volvió. Después de otro viaje agotadoramente largo, aunque en este micro sin choferes alterados. Volvio entera. Volvió con chocolate y, tal vez, un poco más madura.

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