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Tras 53 años, confesó haber asesinado a su padre

Policiales | Historia de un crimen Tras 53 años, confesó haber asesinado a su padre

27 de noviembre 2016 – 01:30 Mi caso podría ayudar a entender lo que pasa en la mente de los hijos de las mujeres maltratadas. No tuve opciones, mi padrastro nos estaba robando el futuro. Aún escucho sus últimas maldiciones.

Miguel Escalante

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{[ caption ]}{[copyright]} {[ caption ]}{[copyright]} {[ caption ]}{[copyright]} {[ content ]} {[ caption ]}{[copyright]} {[ caption ]}{[copyright]} {[ titulo ]} {[ epigrafe ]} {[ copyright ]} "En enero de 1963 El Tribuno publicó 'Niño jugando a los cawboys mata a su padre'. Ese titular del diario más popular de la provincia, porque había otro, de corte conservador, que no dedicaba espacio a las cosas del pueblo, me quedó grabado para siempre. En realidad la noticia fue fiel reflejo de la instrucción llevada a cabo por el entonces comisario Trigo, jefe de la comisaría segunda, y por esas cosas de la vida todo quedó 'circunstanciado', y yo casi rozando los trece años, a dos meses del hecho, fui retirado por mi madre de mi lugar de detención, la comisaría Segunda", dijo recordando con claridad meridiana Alfredo Presza (66), hoy comerciante. "Durante estos últimos 53 años he escuchado los alaridos de mi padre, su furia hecha sangre y hasta los silencios de su muerte. Estos recuerdos me han golpeado casi todos los días, pero mucho más en las noches. Cada vez que leo una noticia sobre violencia familiar o femicidio recuerdo aquella madrugada y los días previos a mi decisión extrema". "La confesión de un crimen no es cosa fácil, porque detrás de él uno siempre va a buscar una razón que lo justifique, pero no. No hay razón para quitar la vida, aún en las más amargas circunstancias", reflexionó con sabiduría.Luego dijo: "Fue premeditado, me preparé para el momento aún siendo un niño, y cuando apreté el gatillo hasta descargar el revólver me convertí en un hombre, en el hombre de la casa, en el hombre de la comisaría segunda, en el terror de los vecinos. Mi sola presencia despertaba alrededor los más increíbles comentarios, pero no pasaban de ser murmuraciones"."Nadie, excepto mi madre, me lo reprochó. Así como escucha, nadie me lo reprochó.Por eso le voy a contar la historia que me amargó la vida, paso a paso y después la sentencia que debí cumplir y que nunca termino de pagar".

La historia

"Aunque, confieso, mi madre jamás me lo perdonó, tampoco nunca me abandonó. Ella siempre estuvo conmigo, atada a mi suerte, creo que en el fondo se dio cuenta que su martirio me convirtió en criminal". Alfredo Presza, un ítalo-judío, como suele decir de sus raíces, años atrás fue un conocido puestero del mercado San Miguel, hoy devenido a comerciante en la zona de Cofruthos.Presza comenzó su relato señalando la Salta de 1963."Era una aldea, donde la gente bien tenía de todo, incluso respeto, los demás solo sobrevivíamos. No tienen idea de las carencias, de las necesidades de las familias, muchas de ellas constituidas por hijos de diversos padres, más criados y otros arrimados. Así se vivía en las villas miseria que rodeaban la ciudad.La prostitución y el alcohol eran los negocios florecientes de entonces. Nosotros teníamos un ranchito de lona y cartón donde ahora sería el centro cívico, sobre calle Paraguay.Todos los trabajos para los pobre eran brutales. Desde la construcción a los de changarines o estibadores. Eramos esclavos, trabajo por comida.Recuerdo la filosofía de ese entonces de mi madre, doña Fidela Torrico: 'Hijo, no debes pedir, mejor es robar'. Nunca la entendí y un día siendo ya hombre grande le pregunté por qué me inculcaba semejante cosa desde niño y me contestó 'ahora, vos robás', no, le dije; por eso, el mendigo nunca deja de ser mendigo…Así me crié, a las 5 de la mañana al matadero a limpiar, a las 10 ya llevaba algo de carne para la casa, de ahí al mercado San Miguel a bolsear los restos de verduras, y ahí separaba algo para llevar. Así era mi rutina hasta los 10 años, cuando mi madre llevó a vivir con nosotros a Martín el 'Loco' Frías. Este changarín salía en los diarios de entonces como el hombre más fuerte de Salta. Trabajaba en los molinos Batule.

Un tipo violento, alcohólico.

Eramos pobres, pero cuando él llegó todo el dinero que yo traía a la casa era para sus vicios, todo lo que trabajaba mi madre también. Golpes y azotes para mí y mis hermanos menores todo el día; a la noche, para mi madre.Esa violencia fue creciendo en mí y un día cuando la golpeaba duramente corrí al destacamento policial que había en la hoy avenida Independencia, a la altura de la planta de Cosalta, un poco más al este.Salieron dos policías y fueron hasta el rancho. El 'Loco' Frías los amontonó a golpes, al rato cayeron cuatro más, pero estos ya eran grandotes. La lluvia de palos que se comió fue memorable, pero posteriormente la violencia contra mi madre y contra mí no tiene palabras.Estando preso, el 'Loco' Frías fue visitado por mi madre , que le rogó al comisario que lo liberara.En unos días el infierno se trasladó al rancho. Yo y mis hermanos vivíamos en los yuyales hasta que se iba. Ahí, siendo yo el mayor, pensé que no había más camino que la muerte. Entonces tenía solo 11 años".

El crimen

"Estaba en el mercado San Miguel trabajando en un puesto de verduras cuando conocí a un changarín mayor. Le conté que estaba en problemas y que quería un arma. Junté el dinero y los dos fuimos hasta la armería Basalo, de calle Florida y San Martín. Escogí un 22 corto, de seis balas, y tres cajas de proyectiles.Desde entonces hasta el 17 de enero de 1963 en los campos cercanos al río Arenales debo haber gastado unas 500 balas practicando. Mi temor era no poder derribar a Frías. Porque sabía que lo silenciaba o me hacía boleta. Junté rencor durante casi un año. Soporté el llanto de mi madre durante todo ese tiempo y la hambruna de mis hermanos más chicos, porque yo comía en la calle. El 17 de enero de 1963, a la madrugada, llegó Frías con un amigo que le decían 'Diablo'. Venía a buscar la plata que había cobrado mi madre trabajando en el San Miguel.Se puso violento, comenzó a golpearla como siempre, la llevó hasta la cama con intenciones de someterla, se le subió encima, golpe tras golpe, gritos, alaridos y súplicas. Allí las trompetas del Apocalipsis me despertaron y la muerte se apoderó de mí. Yo dormía junto a mis hermanos en el suelo, sobre un colchón de trapos y cartones, separados solamente por una lona de la cama de mi madre. Me levanté, saqué el revólver debajo los cartones, miré el tambor, estaba cargado con seis balas, lo amartillé y abrí la lona. La pieza estaba alumbrada por la luz naranja de un mechero. Frías estaba sobre las caderas de mi mamá, que suplicaba llorosa mientras él le arrancaba las mantas y la ropa, todo eso ante la mirada de otro alcohólico llamado 'Diablo'. La luz se desdibujó por el movimiento de la lona y Frías intentó darse vuelta. El primer disparo lo recibió en el codo, se levantó y le descerrajé dos mas en la cara, y cuando me tomó del cuello le disparé dos veces más, la última bala, la sexta, no salió. Me levantó por el cuello y me estaba asfixiando, cuando perdió fuerzas y se desplomó". Aparecen

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