En un momento mejor para Estados Unidos, Westworld sería sin dudas ciencia ficción. En su lugar, es una sátira sangrienta y grotesca -y plagada de tetas- de la psicosis masculina americana en su versión más demente. Ocurre en un parque temático del futuro en el que los invitados pagan miles de dólares por día para vivir sus fantasías del Salvaje Oeste, la mayoría de las cuales incluyen disparar o torturar a los "anfitriones" robots que pueblan el parque. Bares, prostíbulos, pistolas y sombreros: son todas excusas para que la clientela realice sus deseos más depravados. Una de las mentes humanas detrás del parque describe a los invitados como "ricos hijos de puta que se quieren hacer los vaqueros". A los robots les sale una sangre que parece real , pero es todo juegos y diversión, siempre y cuando no sientan ni recuerden nada, ¿no?
¿Pero qué pasa si estos androides anfitriones desarrollan sus propias conciencias? Es la pregunta que se hace Westworld, el melodrama de HBO basado en la película de 1973 con Yul Brynner haciendo de un robot pistolero con sombrero negro y que acaba de terminar su primera temporada. Por más buena que sea, esta Westworld no va a ser la próxima Game of Thrones. Es más lenta y más limitada. Pero tiene poder emotivo: es un programa sobre hombres, y las tristes fantasías pedestres que vienen a cumplir en el parque. Especialmente Ed Harris como el Hombre de Negro, un huésped que vivió lo más que pudo de su vida en Westworld, para poder pasar su tiempo intimidando a los robots. "Vengo acá hace 30 años", dice. "De algún modo, nací acá."
Evan Rachel Wood es lo mejor de Westworld. Es el chispazo de humanidad que hace que todo sea cautivante. Su personaje de Dolores es la hija inocente de un granjero, que existe para ser rescatada o abusada, según los caprichos de su cliente. Y puesto que en general abusan de ella, vive la misma repetición una y otra vez, una repetición que termina cuando le limpian la sangre y le resetean la memoria. Pero parece estar almacenando recuerdos y descubriendo lo que está pasando: se está volviendo humana. Considerando la extraña carrera de Wood -estrella adolescente, musa de Marilyn Manson, reina de los vampiros en True Blood-, nadie podría hacer mejor de la ingenua americana diseñada en un laboratorio por científicos locos, y que se da cuenta de que está atrapada en el sueño enfermizo e interminable de otra persona.
Rob Sheffield