Sociedad
02/03/2017 Ciudad de Buenos Aires
Ver una escuela dentro de un hospital y cómo tu hijo disfruta de aprender es algo maravilloso
Lo dijo la madre de Arturo Crespo, un joven formoseño de 18 años que comenzó la primaria en la escuela hospitalaria del Garrahan y también hizo en ella parte de la secundaria.
La madre de Arturo se encontró con esta situación inesperadamente, cuando a su hijo debieron trasplantarlo de riñón a los cinco años en el Garrahan.
“Nosotros fuimos derivados al Hospital desde Formosa a principios de 1999, cuando Arturo tenía seis meses y le diagnosticaron síndrome urémico hemolítico. Pasó un año internado allí, con diálisis desde los diez meses, y después íbamos y veníamos” para su tratamiento, contó a Télam Beatriz Penayo.
Hasta que en 2004, cuando ya había hecho salita de cuatro y cinco años en su provincia, la salud de Arturo se complicó y debió ser hospitalizado nuevamente en el Garrahan a la espera de un transplante.
“En el 2005 recibió el primer trasplante, pero a los 15 días lo perdió y estuvo bastante complicado. Cuando salió de eso, y más allá del problema de salud, yo pensaba que comenzaban las clases y no sabía qué iba a hacer con Arturo”, relató.
Fue en una de las tantas recorridas por el hospital que Beatriz dio con la escuela hospitalaria N° 2 que funciona en el entrepiso y primer piso del hospital.
Sin dudarlo, la mujer inscribió a Arturo que cursó allí el primer grado durante el medio año que estuvo internado y siguió asistiendo ambulatoriamente el resto del año.
Tras el rechazo del primer trasplante, el niño siguió dializándose durante nueve años y durante esas sesiones comenzó a asistir a los talleres literarios de la escuela del Garrahan, donde descubrió que su afición a la escritura casi tan intensa como la que ya había desarrollado por la lectura a partir de los libros de la biblioteca de la institución.
En ese período él chico tuvo varias internaciones, la más larga de las cuales duró seis meses; en esos períodos “inmediatamente pasaba a la escuela hospitalaria”, como ocurrió en cuarto y quinto grado.
Hasta que en 2014 recibió el segundo transplante, lo que implicó un nuevo período prolongado de internación preparatoria durante el cual cursó la mitad del tercer año en el hospital.
“Ver una escuela dentro de un hospital y cómo tu hijo disfruta de aprender o de la lectura es algo maravilloso. Las personas que la componen fueron muy importantes para nosotros, porque ellos llevan algo distinto (a la sala de internación) y sacan a los niños del dolor que tienen”, dijo.
“Cuando los chicos los ven llegar piensan que son médicas pero cuando ven que vienen con música o juguetes, es una experiencia muy linda”, concluyó Beatriz.
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