Un Niceto Club prácticamente lleno en una noche de martes. Hay veinteañeros, muchos treintañeros, algún cuarentón. Se ven bermudas, ojotas, cervezas transpiradas. Y lo que se oye no es el rock/pop/indie que suele sonar en aquel reducto, sino un baterista de jazz homenajeando a otro que murió hace casi tres décadas. Más allá de la maravillosa performance de Tony Allen, aquí hay una noticia: muchos habrán sido traccionados más por la asociación con Damon Albarn que por sus pergaminos en el género, otros responderán a una incipiente pero tenaz movida de afrobeat porteño, pero lo concreto es que cientos de jóvenes reventaron una noche de buen jazz por fuera de cualquier clisé.
Tony Allen fue clave en el sonido visceral de Fela Kuti y su Africa 70, pero también fue el primero en siempre desmarcarse de lo que de él se esperara. El espectáculo que lo trajo a Argentina fue un tributo a Art Blakey, colega y héroe que le mostró que -como él mismo dijo- "se puede contar una historia con diferentes ritmos y tocando con coordinación independiente". De modo que ni desbordes percusivos ni pop étnico ni nada demasiado filoso: el hard bop asomó desde la sutileza con la que el cuarteto encaró "Invitation", propulsada por uno de sus tantos ritmos desarticulados que corría subliminalmente bajo el saxo cálido de Jowee Omicil. El repiqueteo de hi-hat con el que Allen condimenta el fraseo de piano en la intro de "Politely" es otra muestra de esta economía de recursos que, en tándem con el componente lúdico, se vuelve hipnótica. Tal vez el mayor display de exhuberancia se dio en la "Drum Thunder Suite", pero tampoco hubo exhibicionismos insólitos: aquí todo es precisión y juego, y el virtuosismo no se entiende como una carrera sino como la capacidad para disparar emociones a voluntad. La forma en la que el líder lleva un groove "blando" y a la vez subraya partes de ese cuento que quiere contar con toques independientes y aparentemente fuera de tiempo de los distintos cuerpos de su instrumento es conmovedora.
En definitiva, el que según Brian Eno es el "mejor baterista que jamás haya vivido" revalidó sus logros haciendo lo que mejor hacen él y el jazz: desoír los dogmas. Quizás la improbable concurrencia se haya sumado a eso sin querer.