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Tres días en Cultura Campo: el fenómeno del Chaqueño Palavecino y la tradición de los Carabajal

Ciudad FM

El Chaqueño Palavecino, que cerró la primera jornada, fue el acto central del festival. Fotografía gentileza Ministerio de Gestión Cultural.

"¿Se podrán conseguir una o dos botellas de vino?" El Chaqueño Palavecino llega a la Sociedad Rural de Junín unos 40 minutos antes de que empiece su show en el Festival Cultura Campo, se mete en el camarín e instantáneamente manda un asistente con el pedido. Como se trata de un evento gratuito y "para toda la familia", no hay una gota de alcohol en todo el predio. Pero los deseos de Palavecino son órdenes: a los diez minutos, alguien de la producción ya fue y vino del centro con dos botellas de Los Álamos malbec. Ser la figura más convocante del folklore nacional tiene sus ventajas.

Sobre el escenario, el Chaqueño mantiene sus modos de rockstar. Se para al frente de una banda de doce personas (cinco guitarras, un bajo, un bombo, cuatro violines, un acordeón), y los exige al máximo: hacen una chacarera atrás de la otra, sin respiro, como en un show de los Ramones o uno de esos compilado de YouTube en formato megamix. Su voz está a la altura de esa actitud avasallante. También su presencia. Es alto, corpulento, elegante y mira todo de costado con esa media sonrisa canchera del que se sabe admirado. Un contingente de señoras sub-60 apretadas contra la valla en primera fila le grita piropos picantes. "Qué frío que hace", dice Palavecino. "¡Yo estoy caliente!", le contestan. "¿Sí? ¿Con quién?". La respuesta es más que obvia.

Palavecino se presenta con una banda de doce personas (cinco guitarras, un bajo, un bombo, cuatro violines, un acordeón). Fotografía gentileza Ministerio de Gestión Cultural.

El Chaqueño, que cerró la primera de tres jornadas, fue el artista central de este festival, pero a su alrededor se armó una grilla que intentó combinar la tradición del folklore argentino con nuevas expresiones inspiradas en la música de raíz. La apuesta más arriesgada en ese sentido fue la inclusión de Eruca Sativa presentando un show "electro folklórico", que finalmente no fue tal. El trío sonó tan rockero como en cualquiera de sus recitales, y quedó un poco despegado del resto del evento, tocando para un grupo de seguidores jóvenes que llegaron para verlos a ellos y se fueron apenas terminó el última tema. Mientras tanto, la mayoría del público, compuesto por familias de Junín y alrededores, tomaba mate sentado en reposeras de espaldas al escenario.

El experimento de juntar a Jaime Torres con el dúo de folklore electrónico Tonolec, en cambio, funcionó mucho mejor. "La primera vez que escuché a Charo Bogarín, supe que nuestros caminos se iban a cruzar", dijo Torres sobre la vocalista formoseña de Tonolec, una estudiosa de los cantos originarios de los tobas, los guaraníes y los qom, con una presencia escénica que no pasó desapercibida. De hecho, era ella la que ocupaba el centro del escenario con su vestuario colorido y su peinado altísimo, mientras Jaime, de 78 años, se quedaba parado atrás, concentrado en su charango, y el productor Diego Pérez enriquecía el sonido contemplativo y paisajista de Torres con texturas ambient.

Charo Bogarín de Tonolec y Jaime Torres. Fotografía gentileza Ministerio de Gestión Cultural.

Pero más allá de la intención del festival por matizar su propuesta, los momentos más celebrados fueron los más tradicionales. En cualquiera de los shows, bastaba con que sonaran los primeros compases de una chacarera para que la mitad del público se pusiera a bailar en ronda y la otra mitad empezara a golpear las palmas siguiendo el ritmo. En ese sentido, El Carabajalazo fue el clímax. Los Carabajal son la familia más emblemática del folklore argentino, y acá estaban casi todos: Kali, Cuti, Musha, Roberto, Walter, Blas y Graciela. Los siete cantando a coro y a los gritos las chacareras del repertorio familiar, como si estuvieran en la sobremesa de un asado. "Que levante la mano el que alguna vez vino a nuestras fiestas", dijo Kuti, en referencia a "La fiesta de la abuela Carabajal", un evento anual en La Banda, Santiago del Estero, su ciudad de origen, en el que se reúne la familia entera. Hay cientos de manos en el aire. Más que un género musical, hoy el folklore argentino parece ser un código en común.

Quizás por eso las propuestas musicales que se corren un centímetro del canon son recibidas con cierta indiferencia. Incluso Raly Barrionuevo, uno de los músicos jóvenes más queridos en el interior, termina de conectar con el público recién cuando mete una seguidilla de tres chacareras, pero no parece despertar demasiado entusiasmo cuando se vuelca al rock con tres guitarras elétricas. Lo mismo le pasa a Las Huevas, el dúo de Barbarita Palacios y Sofía Viola. ¿Una milonga inspirada en un poema de Walt Whitman? Indiferencia. ¿Una chacarera a dos voces? Explosión.

"El público es tremendo", le decía el legendario bombisto Vitillo Ábalos a ROLLING STONE antes de su show. Vitillo, de 94 años, fue parte de Los Hermanos Ábalos durante más de seis décadas, y acaba de editar El disco de oro: folklore de 1940, producido por su sobrino nieto, Juan Ábalos, guitarrista de Ciro y los Persas. El álbum cuenta con colaboradores tan diversos como La Sole, Leopoldo Federico y Jimmy Rip. "Según el diccionario", dijo una vez en el escenario, donde presentó su espectáculo de música y danza "El patio de Vitillo" (él mismo se baila un malambo), "la música es el arte de combinar los sonidos: ¡los géneros no importan!"

Quizás el único que logró complacer completamente al público corriéndose del folklore fue Pedro Aznar, que en la tercera jornada del festival intercaló algunas versiones de compositores clásicos (Violeta Parra, Víctor Jara, Cuchi Leguizamón, Facundo Toro), con temas de Tango 4, el disco que grabó junto a Charly García (la imagen de Say No More en la pantalla gigante despertó una ovación), y temas conocidos de su repertorio como la balada "Ya no hay forma de pedir perdón". En el final, involucró al público en un ejercicio de canto con caja al ritmo de "Tan alta que está la luna", una vidala de La Rioja recopilada por Leda Valladares, y el público respondió: evidentemente Aznar sabe cómo tomarle el pulso a su audiencia.

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